Abanicar las abejas.

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¿Es legal vivir dentro de un piano? ..Y me llamo Fernanda. (:

12.17.2009

Co-bar-de.

Es que se entregaba tan fácil.
Pero obvio, como el brillo impreso en sus ojos antes de quedarse dormida. En ellos el gato, y las cortinas, el fantasma con el que jugaba el animal. Eso es lo que siempre dicen, casi maquinalmente, casi siempre. Hace un rato que sus pies habían estado acalambrados por mantenerlos tanto rato bajo el agua. Y ahora estaban allí, tendidos bajo aquella sábana tersa, suave, blanca. Y el aroma a lavanda. Ese in-so-por-ta-ble aromatizador que le ponían a los detergentes cárdenos. Pero qué importaba, el gato se había marchado hace un rato dejando las huellas de su caminar sobre la alfombra gris. Caminar lento, casi con miedo de despertar a esa desconocida que tanto suspiraba.
Tenía como el color apagado en las pupilas, no como el gato que ahora encandilaba vistas entre la oscuridad. Mientras él caminaba igual de lento, después de apagar la radio y sus transmisiones tan aburridas, viendo nada y todo en oscuro, casi en abstracto, como garabatos en un lienzo de negro infinito, de pinceladas violentas, reprimidas. Entonces abre la puerta, contemplando con la mirada aún convaleciente el hilo de luz que se escapaba de las cortinas anaranjadas. El fantasma seguía ahí, flotando. Pero él no la veía, si sólo podía observar su respiración entrecortada, enfermiza. De todos modos siente la melodía. Obsesiva, del piso de arriba. Esa gente que jamás ha visto pero usan el ascensor como maniacos. Porque así es más fácil, te ahorras el ahogo que sientes cuando bajas muy rápido. El ahogo de caer, inverso, inmerso, perverso. Entonces te calla, te interrumpe. Y llegan al piso que eligieron; el primero, el quinto, el tercero. Creía tenían un puercoespín, con un nombre raro y común. Y corriente. Creía era un tocadiscos, por esa distorsión repentina. Pero sonaba la canción, la obsesiva del piso de arriba. Verla dormida como escuchando los trenes de su infancia, imaginando su mirada neutra. Qué basura, de que esas cosas no existen. Y volvía a lanzar oraciones entrecortadas, balbuceando incoherencias, tratando de aniquilar eso de su mente. Pero estaba allí, allí. Tal vez ni quería despertarla. Los naipes estaban derramados por la mesa de centro de tanto jugar solitario abandonado. Quién la habría creado tan enferma e imprevista. Rasguños, dolores, asma. Y los recuerdos de la chimenea quemándose en su mente. Así era, quizás ni le gustaba recordarla porque le recordaba el morbo que le generaba su hablar, contando cada palabra.. Se sentía tan insano, tan expuesto, tan vulnerable. Pero el caso es que seguía ahí, más callada, más calma. Su temple dormida tan imposible. Le tentaba el exponerse, el lanzarse de un risco sin voltearse y caer al abismo. Siendo tan cobarde, tan irreal.